Sunday, July 11, 2004

En piloto automático viendo canales lluviosos

Acaba de publicarse el segundo número de Freak Out! Al vuelo veo que hay artículos de Pixies, Le Mans, Ian Curtis, Voz Propia, Jaguares y una nutrida sección de reseñas, tanto de discos peruanos como extranjeros. Entre los reseñados en el apartado local, figura el disco Pradera Tóxica de Liquidarlo Celuloide, proyecto de Juan Diego Capurro, quizá uno de los más sorprendentes e interesantes trabajos que ha visto la luz en el presente año.
Pero antes de hablar del disco de Juan Diego, quería detenerme en la reseña hecha por Hákim de Merv, responsable de dicha publicación. Creo leer entre líneas que para Hákim, Juan Diego es algo así como un nuevo francotirador, lugar que años atrás ocuparan (para él) gente como Christian Galarreta o Jardín. Digo esto por la emoción con la que habla del disco, la misma que ya no parece tener al reseñar los proyectos de Galarreta o el segundo disco de Paruro. No dudo del talento de estos últimos ni del buen gusto de Hakim, pero creo que alguien como él, siempre al tanto de las movidas electrónicas underground y de proyectos locales orientados hacia la experimentación, puede dar fe de cierto círculo vicioso en el que estos proyectos han empezado a caer.
Pero pongamos las cosas un poco en contexto. Hákim empieza su reseña diciendo “recuerdo haber leído en alguna ocasión los pajazos de un atorrante sub-normal, porfiando por convencernos de que el underground artístico de este país apesta (sic). No viene al caso, por supuesto, discutir la validez de tan enfático “postulado”: no me interesa hacerlo y, además, los hechos vienen demostrando lo contrario.”
Dicha introducción parece indicar su defensa absoluta de todo el underground local (o al menos de aquel que le interesa), defensa a la que yo también me sumo con algunos peros. Y es que, creo que dicho “sub-normal” pudo tener algo de razón. Me explico: me parece que los proyectos electrónicos peruanos han empezado a caer en un círculo vicioso, ya que las propuestas se han vuelto poco sorprendentes, al menos, Jardín no me emociona tanto como lo haría hace dos años, Paruro me parece interesante pero ya se está poniendo sumamente críptico, lo mismo con Galarreta, quien parece atravesar por una etapa de transición, alejándose del ruido y coqueteando con la melodía. Las últimas tocadas de Colores en espiral han dejado mucho que desear, y en general la escena electrónica peruana undeground ha entrado en una especie de marasmo y receso, ya casi ni hay conciertos (sin hablar del alejamiento del circuito de noveles e interesantes propuestas como Rapapay, Therocal y Terumo, etc).
Ante un panorama desierto, la aparición de proyectos como Liquidarlo Celuloide resultan sumamente estimulantes. Y creo que la reseña de Hákim en el fondo señala eso: para él, Juan Diego le da razones para seguir creyendo. De hecho, a mí también. Juan Diego tiene de interesante su juventud, con apenas 22 años ya ha firmado un disco capital como es Pradera Tóxica y estoy seguro que apenas empieza. Es también interesante porque tiene otras influencias, fuera de la hegemónica propuesta psicodélica, ruidista y IDM que han proliferado en el underground local. Lo suyo apunta a direciones más cercanas a la música, digámosle, incidental o de atmósferas, al noise y a lo simplemente free, todo con un tratamiento artesanal que le da un sello muy personal a su sonido.  

 

Los discos de Juan Diego no son fáciles de oír y tampoco de conseguir, apenas los venden en una tienda, o tienes que ubicarlo a él mismo para que te pase una copia. Es decir, sus discos pertenecen a esa línea one off de la que habla Hákim. Capurrro es unos de esos músicos que publica 10 o 20 discos que circulan entre amigos y allegados. Pero ojo, Juan Diego está al margen de toda la escena underground, aunque se declare un admirador de esta, como buen melómano y amante de las vertientes más extremas de la música que es.
Como señalaba, la propuesta de Juan Diego tiene que ver con la creación de ambientes musicales lo fi que rayan en lo escatológico y lo irracional. Registra con la ayuda de una grabadora casera. Regraba y sobre lo regrabado agrega más sonidos (que salen virtualmente de cualquier parte, sea de un teclado de juguete, de una guitarra acústica, de sampleos de películas, etc) y así construye una plataforma sonora que le sirve de base para expulsar contenidas masas de sonido llenas de intensidad emocional. Hasta cierto punto se podría decir que Liquidarlo Celuloide es esencialmente Juan Diego Capurro en estado paroxista de catarsis. Eso también lo distingue radicalmente de las propuestas del underground local, ya que él no parece tener apego a ningún tipo de sonido ni instrumento pero sí a cierto clima e intensidad dramática, es decir, creo que tranquilamente Juan Diego podría prescindir de todas las herramientas que ha usado y simplemente pararse un día en la calle, ponerse a gritar y eso seguiría siendo Liquidarlo Celuloide, a diferencia de otros arriesgados actos locales, mas fascinados por el sonido en su estado más físico y binario, lo de Juan Diego está más allá del soporte sonoro utilizado, ya que es radicalmente expresionista. De hecho Pradera Tóxica sería el disco que Edward Munch firmaría si fuera un joven músico de esta época. Su violenta emotividad hace que uno pierda de vista las imperfecciones que el registro tiene, no sólo por su carácter lo fi sino por cierta torpeza que hay en la instrumentación, las que automáticamente se incorporan al universo distorsionado que se plasma.

Esa cosa freak que lo distingue encuentra resonancia en todo un linaje de ilustres transgresores y predicadores del mal, entre los que están los Sonic Youth, (en su etapa más no wave), las atmósferas enrrarecidas e impredecibles de Coil y Throbbing Gristle, la música de películas de terror y de cine gore (alguna vez Juan Diego me comentó de su fascinación por la música (y las imágenes) de Nekromantic). Si algo hermana a todas esas referencias, además de su carácter desatado, es esa sensibilidad plástica, de búsqueda estética. Y creo que no es incorrecta la asociación, ya que tanto los Throbbing Gristle como los Sonic Youth tienen un pasado (y un presente) como artistas plásticos (evidentemente pegados a propuestas de vanguardia). Lo mismo que con el cine de terror y el gore que son tendencias bastante esteticistas, no obstante el discurso sórdido que las define (no es sangre: es rojo; no son vísceras: son texturas). Y bueno, si se revisa un poco en la biografía de Capurro uno se entera que también ha tenido un acercamiento bastante intenso con la pintura. De hecho, desde el título del proyecto “Liquidarlo Celuloide” hay una clara referencia a lo estético y a lo bizarro, a la imagen y a la muerte. Sin hablar del arte de sus mórbidas portadas.
El componente sexual tiene un lugar fundamental también. “La sexualidad y la muerte no son más que los momentos culminantes de una fiesta” decía Bataille, como si hubiese tenido al oído temas como “Novata sepultada sexualmente por hormigas”, “Orgasmo – ectoplasma fuchifú”, “Azotes” o “Porno”, temas que no sólo exaltan la sexualidad desde el sadismo y la necrofilia sino que además generan visiones entre surreales y fetichistas dignas de un Buñuel adolescente contaminado de noise y música industrial.

Queda saber como progresará el trabajo de Juan Diego, hoy con dos discos bajo el brazo, uno a punto de salir y una participación en el demencial colectivo free Retrasados de hojalata.

Puede que este decida retomar la pintura y arrojar espesos colores sobre el lienzo, y quien sabe, tal vez eso seguiría siendo Liquidarlo Celuloide, porque a pesar de todo seguiría siendo él, porque antes que nada LC es un estado paroxista de intensidad.
Puede que en el futuro nos acerquemos a escuchar endemoniadas pinturas llenas de chillonas, gruesas y oscuras líneas nerviosamente deformes, firmadas por Capurro. Eso claro, si es que ya no lo hemos estado haciendo antes.