Merlín el mago al lado de Snoopy. Un máscara china recostada sobre un dragón. Un pequeño cofre de sillar, sin nada al interior, haciéndole sombra a un grillo de plástico y a un relicario de Fray Bartolome. Esos son todos los diminutos adornos que decoran mi repisa de discos. Confundido entre ellos está también la cajita con el Crépuscule de Polaroyd.
La historia dice que Roger es Lunik, un fanático de los Flying Sauccer Attack, ferviente lector de poesía, traductor y profesor de idiomas. Como Lunik Roger ha editado un par de discos muy interesantes, recogidos en edición doble bajo el nombre de Portanube. Dichos trabajos muestran su gran talento para la elaboración de canciones así como su poca habilidad, bien controlada, para terminarlas. Valga decir que antes de hacer canciones Lunik hace bocetos, borradores. A eso se le suma las condiciones ultraprecarias que asumiría para grabar dicho material: solamente se valió de una grabadora reportera, una guitarra eléctrica prestada por unas horas, el uso de su aspiradora para crear atmósferas, y su voz. Grabó una vez y los resultados no cumplían las expectativas: lo había hecho demasiado bien, demasiado limpio. Volvió a regrabar la cinta sobre otra cinta, así una y otra vez hasta que de tanto desgaste convirtió la grabación en una cosa no muy definida: el his se convirtió en el elemento clave de su sonido, aprovechándolo de una manera que superaba de lejos lo impresentable pero descubría a la vez un mundo propio. Le sacó el jugo a la posibilidad del Lo Fi (en calidad de audio hace ver un disco de Daniel Johnston como uno de Iron Maiden) y con eso definió un territorio personal: lo más cercano a una voz perdiéndose en la niebla, ahogándose en un crispado sonido de fondo armónicamente sucio, para lanzar desde allí uno que otro delirio apenas legible pero reconocible como eco poético. Si el célebre Further de los Flying Sauccer Attack es lo más cercano de oír en un canal a Nick Drake y en el otro a una lavadora industrial, Portanube se inclina a ser más un espejo de la sucia opacidad del cielo limeño, de ese melancólico y grisáceo manto que, vaya Dios a saber porqué, está allí encima de nosotros y de ese modo.
*
Llegado el día, Roger conoce a Ángela. Ángela conoce a Roger. Van a una sala de ensayo, graban dos temas y esos primeros intentos llevan el nombre de Polaroyd. La cosa va bien y un ensayo más los eleva al punto que deciden editar un disco. Lo graban en las condiciones más pulcras posibles pero usando apenas lo indispensable: sólo sus voces y un pequeño teclado Casio. Al poco tiempo tienen ya un pequeño álbum (una edición en mini cd) al que llaman Crépuscule, el primero de una trilogía (el segundo estaría ya a punto de salir). Los chicos están en vuelo.
Con Polaroyd las cosas han cambiado aunque se conservan ciertos postulados inherentes a las búsquedas de Roger. La edificación de un mundo personal que colapsa sin miedo con lo real. Ángela y Roger se convierten en Icaboh e Issey Satori. Abandonan su idioma natural y prefieren el inglés y el francés. Y en general todo el disco, desde el arte cuidadosamente trabajado como el sonido, busca documentar una fantasía, tétricas caritas amables y mundos de quimera, como diría Eguren, vienen a nuestro encuentro liberadas de esta suerte de minúscula caja de Pandora.
Crépuscule es austero. Y sin embargo hay cierto aire borroquista. Uno siente que esta música funcionaría bien con cellos, violines y un piano, pero es sólo un Casio y voz, y es asombrosamente suficiente. En cierto modo prefiguran ese mundo que algunos podrían vincular con la avanzada neogótico etérea de la 4AD. Aunque también es cierto que en Polaroyd hay erudicción, conocimiento e intuiciones, pocas ganas de anclarse en cualquier tradición que no sea para ir hacia adelante. La dupla bebe también del drone y sugiere pequeñísimos atisbos de improvisación. Hacen de su brevedad un trabajo de fina arquitectura, orfebrería de los mundos ficticios, un relato bien escrito, una historia bien contada. Si por un momento dejamos de limitar la poesía al terreno de lo escrito, Crépuscule es perfectamente un poemario musical, valga la redundancia, influido por la poesía romántica y el simbolismo.
Crépuscule ha sido una grata sorpresa para quienes disfrutamos de los paraísos y los infiernos de la imaginación. Un disco que ahora atesoro entre mis imprescindibles. Una delicattesen que tiene el encanto de lo sencillo y del misterio.
PD. Como el disco no se encuentra fácilmente (en realidad no se encuentra) les dejo aquí el mail para los interesados en adquirirlo.
Tuesday, April 25, 2006
Cazando figuras con una Polaroyd
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