El barrote medía unos dos metros aproximadamente. Alrededor, las paredes estaban cubiertas de espejos o de pliegos de platina sobre los que caía la luz rojiza que iluminaba el escenario. Encima de él se contoneaba semidesnuda la bailarina de turno ante la mirada desorbitada, los aullidos y sonidos simiescos de los espectadores.
No recuerdo el nombre del lugar pero es uno de esos locales que abundan por el centro de Lima (básicamente en la zona de Colmena, Quilca y Cailloma, entré a uno ubicado en Colmena) y que llaman la atención por sus insistentes pregoneros que gritan: ¡A sol la barra! Ante el aburrimiento de una noche que estaba condenada a terminar temprano decidí ingresar a uno de estos locales ante la seductora oferta de “show doble”. Todo por un sol. No estaba mal, me había comido una hamburguesa por el mismo precio una hora antes cerca de allí. No tenía nada que perder.
El lugar era pequeñísimo, y un letrero sobre la pared lo confirmaba: “capacidad para 60 personas”. Adentro uno se sentía como en esas cantinas en donde el público masculino se ha reunido para ver el fútbol o el box.
Salvo las paredes que circundaban el escenario, pese a la oscuridad podía observar que las demás estaban cubiertas de toallas con imágenes de chicas en ropa de baño. Todo el tiempo veías a un mozo desplazándose con una botella de cerveza, el mismo que también se encargaba de pedir los tickets a los comensales. Desde mi sitio podía ver el cuarto de baño de donde salían las chicas, estaban duchándose y cambiándose, al menos tres en un espacio de cuatro metros cuadrados. Además de la jauría que estaba adelante, otros individuos se divertían en la parte de atrás seduciendo a las bailarinas que caminaban en ropa mínima en busca de más acción y más dinero.
Cuando llegué lo primero que vi fue a una bailarina contonearse de manera extraña, estaba mareada no sé si por el alcohol o por el cansancio. Lo cierto es que perdió el equilibrio y se desparramó fuera del escenario. La ayudaron a levantarse. Media hora después volvería a caerse sobre piso al intentar subir por unas escaleras que conducían a los cuartos en donde se realizaban los shows privados.
Esa noche vi a unas 4 chicas quitarse la ropa. De hecho no era mucha la que tenían puesta encima, por lo que sus faenas eran breves, siempre acompañadas con música tipo “Mesa que más aplaude” o algún tema de Thalía. La relación que generaban con el público era muy singular: había fricciones, algunos tipos las cogían y no querían soltarlas, entonces algunos tenían que meterse para liberar a las mujeres de los caníbales. Pero ellas también respondían con cierta violencia. Se acercaban y los provocaban sabiendo que ellos no podían pasar de los roces, a veces los golpeaban, los tomaban del pelo y sobaban sus rostros sobre sus senos y pubis. No había mucho erotismo sino más bien era una especie de prueba de resistencia: si ellas eran muy cándidas se las comían vivas, tenían que ser un poco malas, agresivas, salvajes, tenían que demostrar que ellas también le podían pegar a alguien. Las chicas no tenían precisamente el cuerpo de Tula Rodríguez pero creo que querían parecerse a ella. Había algo de estética de vedette en sus portes. Aunque de hecho se extrañaba algo de carne en sus cuerpos. Sí, no eran muy atractivas cuando uno las veía como dios las trajo al mundo, al menos no desde mi sitio.
“A que hora salen las chicas o quieres que yo baile calato” gritó un tipo de unos cuarenta años. En mancha soltaron la carcajada. Y luego salió una chica de botas blancas y tanga celeste. Era la cuarta y última que vi esa noche. Luego salí y caminé por Colmena en dirección a Wilson. Había un par de Serenazgos por allí, felizmente. No es una zona muy divertida, menos a la una de la mañana. Lima suele ser sorpresiva por esos lares. Pese a la aparente calma, las turbas de pirañitas y delincuentes siempre merodean el lugar. Uno camina por allí con una sensación de alerta, algo puede pasarte si te descuidas. Pero ya nos hemos acostumbrado a eso. Es una relación extraña, en medio de ese peligro hay quienes se excitan también.
Creo que es el lugar y las circunstancias lo que hacen de estos locales nocturnos espacios especiales, en donde lo que uno observa no se desvincula de lo que uno vive. A veces son tan naturales que al estar adentro, uno desea, al menos, un poco más de maquillaje.
Tuesday, May 03, 2005
El night club
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