Si no me equivoco quedaba en la avenida Colonial, de las cuadras que están camino al cercado. Por fuera uno no podría sospechar nada, sólo ves una puerta inmensa como de una cochera donde los autos entran y salen continuamente. A ese lugar lo conocen como El Trocadero, y es hasta donde sé, uno de los prostíbulos limeños de mayor concurrencia, de hecho no hay taxi que no lo conozca, más de una crónica policial se ha escrito teniéndolo como escenario. Lo llaman el prostíbulo del pueblo.
Al entrar te encuentras con una especie de estacionamiento de gran escala, un autocinema sin cine a la vista. Lo único que tienes delante es una suerte de restaurante y una entrada a dos puertas enrejada con una iluminación llamativa, decenas de hombres merodeando el lugar y algunas mujeres con bolso saliendo apuradas. La entrada está justo allí, vigilada por un tipo de gorra quien reparte los tickets. Son 13 soles el derecho al ingreso, corre por cuenta propia el arreglo con las chicas, aunque la tarifa se mantiene estable en 20 soles por sesión, a menos que les exigas a estas alguna pirueta extra, por lo cual el precio se incrementa. Una vez que pagas atraviesas un pequeño pasadizo y finalmente estás dentro. Frente a tus ojos aparece aquel ser voluptuoso del que tanto hemos oído hablar, ese monstruo de las mil puertas que llamamos burdel. Se escuchan cuchicheos, las radios sintonizando estaciones de salsa y merengue, las chicas llamándote con sus voces escurridizas pero tentadoras. Es dificil recorrer el lugar, el nerviosismo es normal frente a tantas mujeres semidesnudas bañadas de luz roja, además que tienes que actuar como si no fueras un novato en estas cosas, como si estuvieras dispuesto a irte del lugar sino encuentras a ninguna que te convenza. Pero bah! sabes que no lo vas a soportar, que una vez dentro ya pisaste la trampa y que ya debes estar más mojado que una humita al vapor. Tu inseguridad te avienta a tomar una decisión.
Hay de todo en el lugar. Según dicen los que saben las horas punta son entre las 6 y las 9 de la noche y recomiendan estar allí en ese lapso de tiempo pues tendrás mayor opción de tentar a las más codiciadas, esas que provocan filas de filas, y que se han encargado de crear un mito de sí mismas, esas que todos conocen por sus apodos: La Exótica, La Lunareja, La Diabla, La Bella, La Pelirroja, etc.
Una mirada al vuelo te hará notar facilmente que la oferta es heterogénea. Están las maduras, aquellas mujeres un poco toscas y ya entradas en años pero aún atléticas, están en sus puertas con un cigarro en la mano, por lo general siempre conversando con la vecina. Luego están las antisociales, aquellas que suelen tener la expresión amargada, las hay también obesas, para los que buscan aventuras peso pesado. Están las enigmáticas, aquellas que nunca salen a la puerta y sólo las puedes ver mirándote de reojo desde adentro de su cuarto o a través de sus ventanas. Y están las sonrientes, las carismáticas, aquellas que parece que conocieras de toda la vida, a las que te les acercas y saludas y te responden con mucha amabilidad y sencillés. De estas últimas algunas suelen ser simpáticas, otras muy bellas, una que otra simplemente despampanante. Pero el problema aquí es el tiempo. Tienes que esperar a veces hora y media si quieres acostarte con alguna de ellas. La espera puede valer la pena pero mientras haces tu cola otra te hace el habla y como eres tan débil terminas aceptando y dices, bueno, no está mal tampoco.
La Bella era una de las más sonrientes. Al entrar a su habitación la luz roja lo iluminaba todo. Absolutamente todo, su velador, los objetos esparcidos por allí, una pequeña radio, las paredes sin ningun decorado. Tienes que pagar primero antes de cualquier servicio. Bella te explica las ofertas.
Una vez que tiene el dinero lo guarda en su bolso y te pide que te quites la ropa mientras ella hace lo propio. Va hacia el baño y orina, casi como un ritual. Te va dando algunas indicaciones, mientras se hunta un gel que evita las fricciones dolorosas, o al menos eso creo. No hay problema con los preservativos, su cartera tiene tantos como caramelos en una piñata. Tu le haces la pregunta que siempre tuviste en la cabeza: ¿tienes carné de sanidad? Ella te dice que sí, que todas en ese lugar tienen carné de sanidad, que todas se hacen sus chequeos constantes.
De hecho, Bella es muy cuidadosa con su salud, te pide que te asees antes de empezar cualquier cosa. Ella misma se encarga de lavarte con especial cuidado, y jamás pero jamás se atrevería a tener sexo sin protección, ni aunque le pagues cinco veces más y en dólares.
Bella te pide que te eches sobre la cama. La rutina es como en las películas pornográficas, aunque tú la puedes variar si tienes más imaginación que ella, lo cual dudo. Bella se echa talco sobre el cuerpo y también sobre tus manos, eso evita que la aprietes y la hagas doler, tus manos se resbalan inevitablemente, mientras ella finge, supongo, que la excitan tus caricias.
Mientras tienen sexo, puedes notar lo mecánico del asunto. Es ágil, todos sus movimientos parecen haber sido ejecutados mil veces, la mejor actriz del mundo, si hasta grita como si en realidad sintiera placer.
Una vez derrotado sobre la cama, ella se levanta y se encarga de la limpieza. Mientras eso ocurre tu le puedes hablar. Como a pesar de todo sabes que no eres tan torpe, le preguntas que tal. Ella no te va a bajar la moral, y busca siempre una virtud. Te dice cosas como: “tienes muchas posibilidades”. Como ya tienes un poco más de confianza le hablas de ti, le dices que eres editor de una revista y le hablas de la música esa que te gusta y ella no entiende pero te escucha. Te dice que puedes traer tus discos y escucharlos, hay clientes que lo hacen (mentalmente haces una lista de posibles discos: a ver, el Buy de Contortions, el Fly de Yoko Ono, el Vision Creation New Sun de Boredoms, alguno de Sun Ra). Luego le preguntas que hace, ella te dirá, trabaja porque es madre soltera. Evitas los dramas, ella te promete que algún día se retirará de esos mundos. Tu la miras y piensas para tus adentros, ¿quién eres para que te prometa eso? Uno más de los que estuvo esa noche por allí. Ella te cuenta de sus experiencias más celebres, te habla de un cliente empresario que es uno de los pocos con los que realmente se ha sentido “complementada”. En eso la llaman por teléfono. Tiene una cita en algún lugar de Lima. Tu ya tienes la ropa puesta y te vas no sin apuntar su teléfono para eventualidades futuras. Sales junto con ella. Se despide con dos besos y corre apurada haciendo mover su bolso. Uno que otro parroquiano con cara lánguida pasa delante de ti.
Cruzas la reja y tomas un agua mineral antes de cruzar la puerta de la cochera. Al salir del lugar ves una ciudad oscura. Ningún alma por allí. La avenida Colonial como un desierto. Las luces apagadas, y unos taxis que salen como anfibios del mar a la superficie. Así como tú, que nuevamente enrumbas hacia algún otro destino, quien sabe. Todavía es temprano. Esta historia continuará.
Tuesday, May 31, 2005
El burdel
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