Wednesday, October 06, 2004

Váyanse a la misma m....

De pronto un crítico de rock se ve involucrado en una banda y está presto a tocar sin tener la más remota idea de lo que pueda suceder. Nunca en su vida ha tocado un bajo.
La historia empezó un jueves en una reunión. Cinco amigos con inquietudes similares se juntan y deciden armar una banda de rock, entre ellos el crítico quien nunca había tenido una, a diferencia de los otros (pero que siempre soñó con tenerla, el espejo de su cuarto puede dar fe de ello).
—Ya, yo puedo tocar el bajo —dice.
—Muy bien, entonces ya tenemos una banda. Tocamos el sábado en un concierto en el centro— responde el chino.
—Ah, pero cómo, tan rápido?
Todos los integrantes de este colectivo son o han sido devotos de los sonidos más brutales, por lo que esperar que el resultado tenga algún matiz cándido es imposible. La banda es aceptada para tocar en dicho concierto, los nervios acechan, lo que empezó como un juego se va convirtiendo en una pesadilla.
—Hay que ensayar al menos —dice el crítico, quien se muere de miedo de estar del otro lado.
—Está bien, está bien, ensayaremos— señala el chino, quien ahora parece ser el asustado.
Y así se hace. Una hora antes del show la banda está tocando en una sala de ensayo. El crítico no la hace tan mal en el bajo,
—Ufff—se dice interiormente, algo recuerda de sus esporádicas clases de guitarra.
—Está bien, creo que puedo defenderme—vuelve a decir.
Por momentos el ensayo tiene olor a desastre, a catástrofe absoluta, no tiene sentido, esto no es música. Pero pensar en eso es más excitante aún. Cada uno hace su catarsis personal que degenera en catarsis colectiva. Paran.
—Tuvo sus momentos, eh, hay algo, un instante que fue mágico— dice uno de ellos.
Están listos, la banda se prepara para ir a tocar y patearle los traseros al público. Un concierto puede cambiar el mundo, recuerda el crítico de rock. Llegan al lugar hechos unos gansters y van a asesinar a un traidor.
—Se ha cancelado, nos fallaron los equipos— les dice el chato
—Qué?!!!!!— Dicen al unísono.
—No puede ser— dice el crítico, escondiendo un claro gesto de alivio.
—Ya se fueron las bandas, no va pasar nada. No tenemos batería, dice el chato organizador.
—No importa, tocamos igual— habla esta vez el gordito — tenemos nuestros instrumentos y cables, podemos conectarlos directo a la consola del local, pondremos bases en reemplazo de la teba.
—Normal, dice el organizador.
Y así, la banda emprende el reto de levantar el concierto, mueven las cosas, se las ingenian, nada los puede parar, no hay obstáculo que no puedan superar. Y finalmente, cuando ya está todo listo, tras un largo trajín, contemplan la obra de arte que brilla delante de ellos: un escenario con todo preparado para tocar. Es increíble, se abrazan de felicidad, es un momento especial.
Se le cede el turno a un amigo que también iba a mostrar lo suyo esa noche, el único que quedó. Él abre a la banda, un digno telonero. Su sesión termina, entre aplausos. Y así llega el gran momento.

*

No miraron al público mientras tocaban. Exactamente no saben que pasó, de pronto la gente se empezó a ir, tampoco eran muchos los que quedaban. Pero un gruesito de gente permaneció, observándolos, totalmente desconcertados. ¿Acaso se estaban burlando de ellos?
El concierto duró apenas 17 minutos, todo era caos, ruido y gritos. Cada quien hacía lo suyo, lo que mejor podía. No había estructura, era música catastrófica, era peor que cualquier cosa. No se habían trepado para tocar bien y complacer, se habían trepado para demostrar que podían hacer lo que les daba la gana en el escenario. Si querían subían y tocaban, si querían subían y no tocaban y se cepillaban los dientes, como así hicieron en determinado momento. Ya no importaba nada.
Hay conciertos que quedan en la memoria porque nos hicieron sentir increíbles, uno se siente atravesado por el sonido y tiene la sensación de haber tenido sexo con un extraterrestre. Es indescriptible en realidad. Pero nada puede compararse a esa única experiencia de ser un cualquiera y ser de pronto ese extraterrestre. Y de haber demostrado arriba de un escenario lo banales que somos, lo torpes que somos. No para arrancar risas, porque esa noche no se escuchó ninguna, sino para patearle el trasero a ese público que sólo quiere que se lo tiren.