Thursday, November 22, 2007

¿Cuál es nuestra cultura?


Alguna vez le dijeron a Marcel Duchamp: “no señor, esto no es arte” y él respondió con la genialidad de siempre: “ah sí tu dices? y que pasaría si lo fuera?”
Algunos deben haber oído hablar de un libro llamado Cultura del Apocalipsis, recién he podido acceder a él gracias a mi buen amigo Juan Diego, poseedor de una tenebrosa y suculenta biblioteca que le hace mucho honor a la música que hace. Finalmente y tras muchas negociaciones pude sacar de su biblioteca el voluminoso Culturas del Apocalipsis, una compilación de Adam Parfrey. El libro recoge una serie de textos de divulgación, ensayos, manifiestos y demás documentos sobre individuos que “han tenido la audacia de considerarse a sí mismos su propia mejor autoridad, repudiando o ignorando las fábricas de ortodoxias de la Iglesia, la Universidad o el Estado”. Pasan por sus páginas artistas extremos, locos, sectas, homicidas, y demás diletantes, que vendrían a ser representativos de una contra cultura o de una cultura apocalítica que es presentada, en líneas generales, para provocar hasta el delirio en un intento de señalarla al mismo tiempo como punto culminante y (si todo sale bien)como un nuevo grado cero en la cultura. Una suerte de malditismo dadaísta, muy atractivo por cierto y con mucho estilo.
Un ensayo publicado en este libro ha llamado poderosamente mi atención, es el títulado “Arte en la oscuridad” escrito por Tomas McEvilley y que da cuenta de las prácticas artistícas más extremas del arte de la performance, las que tienen que ver con gente como Chris Burden o los accionistas vieneses, es decir gente que no tiene ningún problema en atentar contra su vida.

Nunca he creído que necesariamente lo extremo vuelva una práctica artística más audaz, al menos no ahora, al menos no en el sentido de partir del objeto estético (en este caso el cuerpo) antes que de la idea para legitimarse. Creo que en eso radica la genialidad de ese “y que pasaría si lo fuera” duchampiano, ya que cuando él da esa respuesta nos ubica en el terreno de la necesidad y nos hace preguntarnos: ¿qué condiciones hacen que esto sea ahora el arte? Esa es un poco la gracia del dadaísmo, antes que una práctica artística era una conducta y como tal representativa de una Europa en crisis ante la carnicería de la guerra que había sido la consecuencia última de un pensamiento que, valga la redundancia, la había conducido a esa guerra. El dadá se rebelaba no ante una forma de arte, sino ante una forma de pensamiento y si la sociedad había llegado a un punto de crisis entonces el arte también tenía que sumergirse en esa crisis. Lo importante, me parece por ejemplo, no es que dadá hacía collage sino lo que el collage representaba: un rechazo a cualquier jerarquía de valores que los mostraba atentos al accidente, al encuentro, al hallazgo, que hacían posible el surgimiento de dichas técnicas: collage, fotomontaje, etc.
Hace poco leía atónito sobre una performance extrema de John Duncan, llamada “Blind Date” que fue realizada en 1980. En ella Duncan mantiene relaciones sexuales con un cadáver, con una muerta, llegando a tener una eyaculación. Seguidamente Duncan se realiza una vasectomía. Y en eso consiste la obra.
Estuve toda la noche pensando en eso y en el posible mensaje detrás de la obra, al menos del que puedo percibir en líneas generales y que tiene que ver con la idea de la inutilidad del arte o del acto creativo o la simple creación como situación de frustración que es llevada al límite y de la posibilidad de un futuro que es anulado. Nada más perturbador que eyacular (dejar tu última simiente) en un cadáver, más allá de la necrofilia lo que está en juego es la expectativa de un futuro. Personalmente la necrofilia me parece lo menos importante (en tanto es sólo un medio para decir) de la obra y sin embargo es lo que la hace ser, lo que hace a esta performance tan polémica y lo que hace que uno se haga allí la pregunta clave: ¿qué hace que esto sea ahora el arte?

Volviendo al ensayo de Thomas McEvilley es muy interesante porque analiza el vínculo entre el accionismo más radical (los accionistas vieneses, Burden, Stelarc, etc) y las prácticas chamánicas. La autolesión y la automutilación son los rasgos más distintivos de estos artistas de la performance, rasgos que también son típicos de las actuaciones chamánicas y de ritos de iniciación primitivos: “los chamanes siberianos se cortaban mientras estaban sumidos en estados de éxtasis provocados por drogas, alcohol, tambores y baile. Los chamanes tibetanos supuestamente pueden hendir sus vientres y exhibir sus entrañas”
En suma la trasposición de estas prácticas chamánicas al mundo del arte hace que a la luz de un paradigma distinto estas sean vistas como prácticas extremas, cuando en realidad proceden de un tipo de conducta más bien rituálica en donde el esquema moral es otro. No me quiero meter en terreno espinoso, usar la palabra moral es problemático siempre, pero creo que puede ilustrar la idea de recontextualizar una práctica y darle un nuevo valor que por el nuevo contexto puede resultar violenta.
Cito extensamente a McEvilley:

“En sociedades donde la profesión chamánica permanece intacta, los chamanes han sido quizás las figuras culturales mejor definidas y más poderosas de la historia. Los poetas, mitógrafos, artistas visuales, músicos, médicos, psicoterapeutas, científicos, hechiceros, enterradores, psicopompos y sacerdotes de sus grupos tribales, han sido sistemas culturales de una sola persona. También han sido figuras de poder independientes, incontrolables y excéntricas, cuyas carreras a menudo se han originado en episodios psicóticos, lo que los antropólogos llaman la “vocación de enfermedad”. Como consecuencia, cuando las sociedades incrementan sus exigencias de orden interno, el viejo papel chamánico, con su inasimilable combinación de poder y libertad, se desmenuza en profesiones especializadas más manejables; en nuestra sociedad, el médico, el poeta, el artista, y otros, han heredado cada uno de ellos una pizca del manto original del chamán. A partir del periodo romántico se hizo un intento de reconstruir algo parecido a la plenitud del papel chamánico en el reino del arte; los poetas fueron especialmente aptos para atribuir poderes tanto de curación como de trascendencia a la experiencia artística. Este proyecto ha sido representado durante los últimos veinte años por aquellos artistas cuya obra toma sus materiales de la historia más antigua de la religión”.

Detrás de las prácticas de muchos accionistas de performance radical hay una pulsión tanática, una voluntad curativa y una suerte de voto religioso también (que es lo que conduce la voluntad hacia cualquier tipo de práctica por un encuentro con lo sagrado). No resulta muy sorprendente que estas acciones radicales empezaran a realizarse cercanas a la época en la que también Jimi Hendrix incendiaba su guitarra en vivo y se me ocurre pensar en Hendrix porque es en el universo del rock (o de la música pop) donde estas prácticas chamánicas también han tenido una gran influencia.

Pero lo que me interesaba subrayar desde el comienzo es la respuesta duchampiana de “¿y que pasaría si lo fuera? que nos hace preguntarnos ¿que condiciones hacen que esto sea ahora el arte? porque creo sentir una preocupación general (saludable) entre mucha gente de mi generación por ir a la caza de lo nuevo, pero creo que muchas veces esa caza está fijada más en el objeto que en las condiciones: se espera que el objeto cree las condiciones, cuando es al revés: son justamente las condiciones las que crean el objeto estético y son por esas condiciones por las que debemos preocuparnos y preguntarnos (cada uno, es un asunto personal), porque son las que nos hace ser lo que somos. No se trata de fatalidad, no hay palabra más horrenda, la fatalidad es perder el interés por la preocupación en el futuro y el presente, es la reducción a un estado mecánico de la vida. Y yo estoy pensando en todo lo contrario: en una conciencia de las condiciones que haga que sepamos darle nombre a eso que tenemos al frente y que no vemos aún del todo claro, un entusiasmo por reconocer eso que se ha gestado y no por rellenar con algo que no existe un nombre que también es falso. Por eso ponía el ejemplo del arte extremo, que no es una cosa cool. La necrofilia no basta, la necrofilia no hace al arte. Es el arte la que de pronto la necesita o si quieren para abrir mas la cosa, es el discurso la que de pronto la necesita, es finalmente el sentido de las cosas lo que importa, no los objetos ni las apariencias que siempre serán circunstanciales, arbitrarios y por lo mismo con todo derecho fugaces. Como diría Bolaños no puede existir una media sino existe primero un pie y ese pie es justamente el quid.