Es como esa encendida frase que inicia una de las cartas de nuestro poeta César Moro: “yo puedo pronunciar tu nombre hasta perder el conocimiento”. Nada más conectado con una experiencia musical radical constante y reveladora de un estado nuevo de conciencia o de supresión del estado de conciencia habitual. O como ver los trabajos de la documentalista Chantal Akerman en los que se introduce tiempos prolongados para situaciones aparentemente irrelevantes: una ruta por la carretera, alguien sirviendo un té, etc. Lo que sólo debería durar unos segundos dura toda una eternidad. El espectador siente entonces que se han invertido los papeles, que de pronto ese “instante irrelevante” ha adquirido un angustiante protagonismo y que se ha apoderado de la escena y de la película y que la directora se fue quien sabe por donde ha cazar mariposas, mientras que el público es expuesto a esa cuarta dimensión, que por otro lado, nadie sospechaba podía convertirse en una experiencia tan fascinante. Es lo mismo que decía otro díscolo poeta llamado Allen Ginsberg cuando hablaba de la sabiduría del aburrimiento: “el lugar más hermoso de esta sala es esa esquina del techo, mírenla, ¿no es acaso hermosa?” Irónicamente Ginsberg hablaba de la posibilidad de hallar belleza en lo aparentemente irrelevante, en el detalle más vano. Una esquina de un techo era la imagen perfecta de la sabiduría, pues quien vuelve a ella sabe que se enfrenta a la imagen de lo discreto, de lo casi invisible, lo que a su vez nos obliga a tener esa visión sabia del ciego: del que no mira nada y debe mirar hacia dentro de sí, hacia ese paisaje infinito.
Eso miraba el gran artista John Cage, seguidor del budismo zen, en su célebre pieza 4’33’’. O mejor dicho esa era la dirección hacia donde la música se dirigía: esa vuelta al espacio en blanco. En la pieza silenciosa de John Cage el intérprete sube al escenario a tocar el piano siguiendo la notación musical dispuesta en la partitura. Es una pieza escrita con silencios, de ahí también que esta sea conocida como la pieza silenciosa, pues durante los 4’33’’ que dura no se escucha nada, salvo los murmullos del público, que desconcertado, empieza a murmurar sobre lo que está ocurriendo. Es una pieza que supone un ejercicio de limpieza, de depuración radical que en su vertiginosa evacuación lleva a la música a una nueva dimensión, o mejor dicho descubre esa dimensión mínima y absoluta que define a la música misma: la del tiempo. La música es esencialmente tiempo, movimiento, duración.
Las ideas de Cage inspiraron al colectivo Fluxus (traducido: flujo) y a toda su poética del tiempo que plasmaron en sus trabajos de arte visual y sonoro, lo que les permitió además generar esos desplazamientos de la música como sonido a la música como un todo integrado a un espacio temporal. De ahí que en ellos la música podía objetualizarse, y podía incluir performance, acciones, o podía no incluir nada, podía ser sólo un gesto, un detalle, como esta pieza de La Monte Young:
Composition 1960 # 5
Suelta una mariposa (o varias) en el espacio de actuación. Cuando termine la composición, acuérdate de dejar que las mariposas salgan volando.
La composición puede tener cualquier duración pero en el caso de que se disponga de poco tiempo, pueden abrirse las puertas y ventanas antes de soltar las mariposas, dándose por finalizada cuando las mariposas salgan volando del recinto.
O esta que es mi favorita:
Piano Piece for David Tudor
Sacar una bala de paja y un cubo de agua a escena para que el piano coma y beba. El performer puede dar de comer al piano o dejar que coma él solo. Si hace lo primero, la pieza termina cuando se ha dado de comer al piano. Si lo segundo, ésta acaba cuando el piano ha comido o ha decidido no hacerlo.
Los fluxus tenían mucho sentido del humor, definitivamente, era parte de la propuesta, desconcertar a través del absurdo. El mismo George Maciunas, vocero del colectivo, reconoció influencia de los gags humorísticos. Pero creo que ya me estoy yendo por la tangente. La idea no era hablar de Fluxus sino de las posibilidades de una música infinita.
Sucede que todas estas ideas me vienen a la mente, ahora que estoy oyendo maravillado unos discos de Tony Conrad, una caja que recopila sus trabajos de los 60s, y que incluye además un disco con temas de la misma época pero grabados recientemente, con la ayuda de Alexandria Gelencser y Jim O'Rourke. La caja lleva el título de Early Minimalism: volumen one y ha sido editada por el sello Table of the Elements.
Conrad es uno de los padres de la música minimal, y es junto a LaMonte Young, padre indiscutible de lo que se conoce como minimalismo-drone, y compañero de generación de músicos de vanguardia como Steve Reich y Terry Riley. El minimalismo es música surgida como parte de esa vorágine multidireccional de ideas que supuso la pieza silenciosa de John Cage. En los 60s Conrad integraba The Dream Syndicate, un proyecto de experimentación junto a LaMonte Young, Angus Maclise, Marian Zazeela y un joven entusiasta llamado John Cale, cuya propuesta se convertiría en el sonido seminal de la vanguardia musical americana de esa década. Como dato, valga saber que Cale y Lou Reed llamaron a Tony Conrad y Walter DeMaria para crear The Primitives, un proyecto que en realidad no tendría mucho éxito pero que sería el embrión de lo que luego sería Velvet Underground, sin duda la banda más importante de la historia y la que logró aunar el rock con la música de vanguardia con resultados que bueno, a uno le ponen la piel de gallina (escuchen esa viola de Cale en “Heroin”). Conrad también colaboraría después con los alemanes Faust.
En estos cuatro discos uno se encuentra con largas jornadas de notas repetitivas y climas fascinantes generados por los timbres suspendidos del violín y el cello. Escucharlos es como todo lo que dije al empezar este post: es volver nuevamente al blanco, a un estado de contemplación radical en donde el tiempo protagónico nos eleva a un lugar difícil de describir. Uno es subyugado por ese movimiento continuo, atraído por esa órbita en la que viaja la música en busca de sí misma, de su estado mínimo y esencial. Pocas veces uno puede experimentar el paso del tiempo de una manera tan genuina y bella, tan deslumbrante y sobrecogedora. Pocas experiencias como esta.
Monday, October 31, 2005
Sobre la música infinita
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